Desde la historia a la novela: Algunos cambios en la crítica literaria chilena hacia 18601.

From history to the novel: Some changes in Chilean literary criticism in 1860

Si, como con sobrada justicia se dice, no puede haber un sistema parlamentario sin oposición, tampoco puede haber buena literatura en un pais sin la intervencion de la crítica. I las condiciones que hacen recomendable a la primera, cuadran tambien a las obras destinadas al análisis literario. (Alberto Blest Gana, 1861: 93).

 

 

Resumen

Hacia finales de la década de 1840, se observan dos elementos que impulsan y a la vez evidencian cambios en la aún incipiente crítica literaria de la segunda mitad del siglo XIX en Chile. El primero, la emergente preocupación por la expresión o forma y no solo el contenido del texto, de modo diferente de lo que ocurría con el tratamiento de la poesía lírica, que debía ajustarse a las formas preestablecidas de la retórica clásica. Este aspecto está directamente vinculado con un segundo componente, la instalación de la novela como género en el contexto de un relativo desplazamiento del discurso histórico como el medio más adecuado para dar cuenta de las problemáticas culturales y sociales, en el marco de la necesidad y demanda de una literatura nacional. En este texto se exploran esos cambios a través de los escritos de algunos destacados escritores y críticos chilenos.

 

Palabras clave:

crítica literaria chilena, literatura chilena, historia de la crítica.

Abstract


By the end of the 1840s it is possible to trace two elements that propel and also show changes in the rising sphere of literary criticism during the second half of the 19th century in Chile. The first one is related to the concern for not only the contents of the text, but also its expression or form, unlike lyric poetry that followed classical rhetorical parameters. This element is directly related to a second aspect: the establishment of the novel as a genre and the subsequent displacement of the historical discourse as a means to explore cultural and social issues. This paper examines these issues in the light of writings by important Chilean authors and critics.

 

Key words:

Chilean literary criticism, Chilean literature, history of criticism.

 

Condensada en el acto fundacional del Movimiento de 1842, en Chile se instala la necesidad y demanda de una literatura nacional y americana, como una problemática que gravitará en las reflexiones de la crítica nacional. Con ese telón de fondo, surgen dos elementos que impulsan y a la vez evidencian cambios en la aún incipiente crítica literaria de la segunda mitad del siglo XIX en Chile. El primero, la emergente preocupación por la expresión o forma y no solo el contenido del texto, preocupación distinta de lo que ocurría con el tratamiento de la poesía lírica, que debía ajustarse a las formas preestablecidas de la retórica clásica. Este aspecto no se entiende o, se halla ligado directamente a un segundo componente, la instalación de la novela como género en el marco de un relativo desplazamiento de los discursos históricos como los medios más adecuados para dar cuenta de las problemáticas culturales y sociales del momento. La novela se convierte en un componente que impulsa reflexiones que marcan importantes cambios en la percepción del hecho literario por parte de la crítica. Para que ello fuera posible, la novela tuvo que visibilizarse como un discurso apto para cumplir con las expectativas que hasta entonces llenaba el discurso histórico.

 

1. Entre el discurso histórico y el discurso novelesco


En la década de 1840 en Chile, los discursos críticos de Andrés Bello y José Victorino Lastarria, exhiben unos sujetos adelantados de la crítica en cuanto erigen un discurso que instala los discursos literarios en la formación de la nación y en una indisoluble relación con la historia, en el marco de la concepción de las letras como el continuum de todos los géneros y discursos2 .


En este período, los discursos de la crítica literaria se configuran a partir de dos ejes centrales: la aplicación de las preceptivas clásicas heredadas de las letras españolas, crítica en la que la operación estético-valorativa se entiende como el ajuste a modelos retóricos instituidos y la novedad suele ser rechazada como negativa, y no logra ser incorporada. El segundo eje es el discurso histórico o la historización de los fenómenos literarios (con diverso grado de logro). La importancia de lo histórico en la crítica literaria de la primera mitad del siglo XIX tiene su centro especialmente en la forma de investigación documental, que apunta a fijar y difundir lo ya hecho; la educación recibida y conocimiento adquirido, los actos heroicos y patrióticos de los autores, los valores del discurso oficial religioso, los valores de la familia y sentimientos filiales. El conocimiento adquirido que se aprecia, apunta también, evidentemente, al conocimiento de la tradición literaria, la historia, la filosofía, como un todo. Esto será lo deseable. El acento biográfico se orienta a visibilizar a intelectuales que producen discursos de diversa naturaleza para difundir básicamente los valores morales y patrióticos, y la trayectoria educacional.


Para ese aspecto que tiene que ver con el discurso histórico-documental en la crítica, la obra constituye la cristalización de un valor con relación a su contexto cultural de origen, que es reconstruido en la interpretación, entendido como un campo de valor “natural” para el objeto. Al reconstruir (históricamente) el sistema se reconstruye al mismo tiempo el campo de valores sobre cuyo fondo evalúa el objeto dado (Slawinsky 1994: 240).


Más allá de lo específicamente literario, el predominio del discurso histórico se inscribe como necesidad prioritaria en el momento de configuración de las naciones de América Latina. Beatriz González-Stephan dice que esta “nueva conciencia histórica:

 

Removió todos los estratos del conocimiento humano, relativizando los conceptos del valor absoluto y universal que dominaron la centuria anterior, acentuándose una comprensión de los fenómenos de acuerdo a la época, al medio y al momento histórico en que estaban insertos, tanto como un nuevo interés por formular leyes que permitiesen conocer las causas de la evolución y del progreso de todos los aspectos del quehacer social. (2002: 33)

 

Un segundo aspecto es interesante en esta relación historia-literatura; la influencia del discurso histórico en la propia literatura. El caso de José Victorino Lastarria es paradigmático, mostrando en forma indisoluble sus proyectos en estos dos ámbitos, historia y literatura.


Entre 1840-1848, entre al menos diez novelas publicadas se distinguen dos tendencias, una de imitación romántica y otra historicista, según la ordenación que realiza Bernardo Subercaseaux (1997: 80-81). En una de las novelas, La novia del hereje, de 1854, (pero publicada como folletín en Chile entre 1845 y 1847), del argentino exiliado en Chile Vicente Fidel López, aparece un prólogo en forma de carta del autor, que muestra claramente la tendencia historicista en la novela:

 

A mi modo de ver, una novela puede ser estrictamente histórica sin tener que cercenar o modificar en un ápice la verdad de los hechos conocidos. Así como de la vida de los hombres no queda más recuerdo que el de los hechos capitales con que se distinguieron, de la vida de los pueblos no queda otros tampoco que los que dejan las grandes peripecias de su historia. Su vida ordinaria, y por decirlo así familiar, desaparece, porque ella es como el rostro humano que se destruye con la muerte. Pero como la verdad es que al lado de la vida histórica ha existido la vida familiar, así como todo hombre que ha dejado recuerdos ha tenido un rostro, el novelista hábil puede reproducir con su imaginación la parte perdida creando libremente la vida familiar y sujetándose estrictamente a la vida histórica en las combinaciones que haga de una y otra para reproducir la verdad completa. (s/p)

 

Gran parte de la carta se dedica a explicar los componentes históricos concretos del entorno político y regional que rodea la novela, lo que remite a las preocupaciones sustanciales de López y de buena parte de los literatos de la época.


La mixtura o indiscernibilidad de la diferencia entre discursos y géneros hace que los discursos se desplacen por los carriles de la historia, en un momento en que no se observa con claridad la tendencia moderna de la literatura hacia la ficción y su identificación con ella. Los temas de las novelas; la historia nacional, sea el periodo independentista o colonial, conducen a la preocupación histórica en forma directa.
Esta hegemonía del discurso histórico en los primeros ensayos de novela, se inscribe como parte de las ideas de 1842, sintetizadas en el discurso fundacional de Lastarria pronunciado en la Sociedad Literaria en ese año; la necesidad de originalidad literaria, la exigencia de una literatura nacional y por extensión de una literatura americana, crítica al romanticismo, (“rechazo al espíritu de imitación de la escuela romántica”, señalan Joaquín Blest Gana y J. V. Lastarria en 1861), y la función de la literatura como instrumento de regeneración de la sociedad, concepciones que se ampliarán y profundizarán en la década del 50 3.


Una muestra interesante de la valoración de la literatura y cuáles géneros se comentan, aparece en el “Prospecto” del primer número de El Semanario de Santiago, en 1842. Se afirma que una preocupación fundamental es la literatura, “en vano intentaríamos pulir y perfeccionar nuestras costumbres, sin el cultivo de las bellas artes; en vano pretenderíamos sin él difundir y hacer progresar el estudio de las ciencias” pues las bellas artes motivan el interés por las ciencias, se indica y argumenta que hasta ese momento Chile debió concentrarse exclusivamente en asuntos de urgencia, pero ahora, es el momento de hacer los esfuerzos para “formarse una literatura”. Se refiere a “la creciente afición al teatro”, y el lugar “tan distinguido” de la poesía en “nuestra literatura”. (1842 1:1) Todo ello es argumentado en detalle, pero no hay mención de la novela, o de los ensayos de novela, solo se refiere a la publicación de “artículos de costumbres”, lo que indica que aún no es el momento de instalación pública del género en la escena literaria.

 

2. La instalación de la novela

 

A partir de la década de 1850, en el amplio y heterogéneo terreno de los discursos letrados, comienza a producirse una suerte de desplazamiento de la hegemonía del discurso histórico, como forma predilecta del imaginario nacional. Es un desplazamiento relativo, pues no existe un abandono del paradigma histórico predominante, sino la emergencia de la novela como una forma nueva que permite la inscripción de lo histórico y que comenzará a ocupar un sitio relevante. La novela, como tipo discursivo, irá adquiriendo una fisonomía cada vez más específica y delimitada en el escenario nacional.


La novela, como un género de discurso originado en la modernidad, no porta la larga línea de la tradición que acompaña a la epopeya, la poesía lírica o el drama. Mijaíl Bajtín (1989) señala, respecto del surgimiento de la novela europea, que ésta se inscribe en el presente y fomenta la secularización y la posibilidad del hombre para construir su propio destino, por lo tanto, es una forma que permite expresar la construcción de un mundo nuevo.


Un elemento clave en el auge de la novela es que no funciona simplemente como una forma de ruptura o de transgresión de la tradición, sino que inscribe una función de autocrítica constante y se define como proyecto en continuo movimiento que no se estabiliza ni busca la estabilización. Ello se explica en las condiciones sociales y culturales que permiten su aparición, (como en todos los géneros, por lo demás) y que en el caso específico de la novela remite a la configuración y los cambios de las sociedades modernas, con el privilegio de la escritura, su creencia en la historia como construcción humana y con el funcionamiento económico propio de estas sociedades, afirma Bajtín (1989).


En Chile, a partir de los procesos independentistas, se entroniza el deseo de alejarse de la sociedad y la cultura coloniales consideradas períodos oscurantistas, y la necesidad de construir la independencia política, social y cultural, a ello se agrega el ya mencionado prurito de historicismo que permea la cultura de la época; razones que favorecen la instalación de la novela. La secularización creciente de la sociedad, el avance de las preocupaciones cientificistas, la necesidad de construir una nación y construir al mismo tiempo la literatura nacional, encuentra en la novela el género adecuado para construir y transmitir las coordenadas que para los intelectuales eran las medidas de la nueva sociedad. En ese momento la novela es un discurso que se intuye cercano, contingente, una invención “propia”. En otras palabras, “el enunciado y sus tipos, es decir los géneros discursivos, son las correas de transmisión entre la historia de la sociedad y la historia de la lengua.” (Cit. en Todorov 1981: 243).


La función autocrítica de la novela es también un elemento crucial, pues la novela chilena o “el deseo de novela” funciona no solo como un espejo de la sociedad, sino como una proyección, como un proyecto a cumplir, un itinerario que es observado críticamente, un ensayo de una posibilidad de ser. Y como tal ensayo, no puede clausurarse sino probar las fórmulas que lo lleven al éxito, lo que se verá en las discusiones críticas sobre la forma que debe asumir la novela, las variantes, el terreno de disputa entre los realismos y los naturalismos que marcará gran parte de la narrativa nacional.


Esta instalación de la novela en el medio se convierte en un importante catalizador de los cambios en la percepción del discurso o hecho literario (además de otros componentes que atañen al campo). La percepción crítica de la novela no es solo un producto de las transformaciones que comienza a experimentar la crítica, sino el motor de cambios cualitativos y cuantitativos en el discurso crítico que se ocupa de evaluar las producciones literarias; adelanta nuevas formas de entender lo que será lo específicamente literario para el siglo XX, en especial, en su atención a la expresión y no solo al contenido.

 

3. La preocupación por la “forma” y la novela en los discursos críticos

 

A través de las revistas y diarios circulan discursos críticos que revelan un creciente dinamismo en los debates y que evidencian la instalación de una literatura nacional en el espacio letrado. Literatura que, por cierto, es escasa, pero la demanda y la existencia real se funden en la reflexión crítica. Este impulso proyectivo se verifica concretamente en los artículos de Joaquín Blest Gana en la Revista de Santiago. Asimismo, una serie de problemáticas y diagnósticos comunes se observa en los textos de los hermanos Miguel Luis y Gregorio Víctor Amunátegui, Francisco Bilbao, Demetrio Rodríguez Peña, Domingo Arteaga Alemparte y también en J. V. Lastarria, entre otros. La conjunción de ideas que se verifica en esos autores, parece ser la primera afirmación emanada de un sujeto colectivo de la crítica, en cuanto no hay aún voluntad de diferenciación o especialización individual de un sujeto crítico literario. Se trata de discursos que exceden la voluntad de un solo sujeto adelantado como se veía en los casos de J.V. Lastarria y A. Bello.


En 1848, Joaquín Blest Gana publica una serie de artículos que muestran algunos cambios cualitativos respecto de la percepción de la literatura nacional. La sistematicidad de Blest Gana y la proyección de sus ideas en cuanto a posibilitar una visión de conjunto, y un intento de periodización historiográfica, aportan otros elementos distintos de una simple ordenación cronológica, añadiendo un componente que no se basa en un cúmulo de datos y fechas sino en una evaluación crítica que permite organizar los datos. En la Revista de Santiago (1848) publica 4 textos: “Walter Scott”, “Tendencia del romance contemporáneo y estado de esta composición en Chile”, “Causas de la poca originalidad de la literatura chilena”, y “Consideraciones generales sobre la poesía chilena”. Una revisión detallada del texto “Tendencia del romance contemporáneo y estado de esta composición en Chile” servirá para mostrar las problemáticas y el modo crítico del autor.
Joaquín Blest Gana sigue el modelo vigente de discurso crítico, abundante en adjetivación y en la construcción de imágenes extensas, en gran medida alegóricas, vinculadas al estado del hombre y el paisaje para explicar sus argumentos. Pero su descripción, cuando entra en el terreno concreto, sintetiza con claridad sus posturas propias frente al tema.


El centro es la novela (romance) y su importancia para la sociedad de su tiempo. Comienza con una larga exposición acerca de la inclinación natural del hombre hacia el relato; razón e imaginación funcionan en conjunto provocando el plus que existe en la ficción (241) 4


Blest Gana traza una relación causal entre las sociedades y sus complejidades y los géneros literarios; a cada época corresponde una forma, las naciones tal como los individuos tienen épocas para la poesía. “La alegoría engendra a la novela, o más bien, ésta es el más completo desarrollo de aquella”, (242) señala. Su crítica se aleja de datos inmediatistas y detallados y opta por dibujar una situación global, centrada en dos puntos muy precisos: la novela (o romance) y su absoluta vinculación con la sociedad en la que surge (o de la que surge), y las razones por las que emerge en este momento preciso y no antes:

 

La sociedad antigua, léjitimo producto de elementos homogéneos, no alimentaba en su seno cual la nuestra, fuerzas distintas cuyo desenvolvimiento importa casi siempre una dislocación de lo establecido. Su composición era sencilla; la alegoría no podía dejenerar en un romance; porque este es hijo de una sociedad mas avanzada; de mas composición en los afectos, de mas pliegues en el corazon: asi es que si arrojamos una mirada al traves de los tiempos, no encontrarémos su verdadera forma hasta el siglo IV de nuestra era; cuando el cristianismo ha enriquecido el corazon con nuevos sentimientos. (242)

 

El autor sitúa un corte (epocal-literario) en el período de la Revolución Francesa y su interés está puesto en las transformaciones producidas en el sujeto, en el sujeto intelectual que es percibido de acuerdo a las imágenes de un niño en crecimiento, vinculado a la modernización que se ha desarrollado desde Voltaire, en medio de un impulso regenerador. Luego de ese impulso primero, el sujeto cae en la desorientación; la experiencia del conocimiento, plena de complejidad y también de perplejidad, hizo de ese momento una crisis para el ser humano, ello lo expone a través de figuras que recurren básicamente al cuerpo herido y enfermo.


Se han producido cambios de tal envergadura, que este estado de la sociedad “debia reflejarse en la literatura: La novela sobre todo que es una ‘hija lejitima de la sociedad que la enjendra’, debia consignarlo en sus pájinas” (245). Es la complejidad de la sociedad, con lo que de positivo y negativo implica, la que ofrece al novelista una perspectiva de contrastes. En medio de los esfuerzos de un “siglo XIX, reaccionario por esencia” que “trata de edificar después de haber destruido” y de unir los contrastes para “producir la felicidad social”, se instala la novela, considerada como “reformista”, en cuanto debe ser instrumento de consolidación, de re-generación y no de transformaciones desequilibrantes. (247)


La novela francesa, dice, aunque habla de la novela en general; asumiría el trabajo que no pueden otras ramas del saber, por lo tanto, le asigna una importancia crucial en el conocimiento y construcción de la sociedad; es ella la que puede realizar la operación requerida. Tal como el “naturalista”, la novela “estudia, analiza i descompone hasta las mas ocultas fibras del cuerpo social”

 

Nos pinta la sociedad en que vivimos, a diferencia del romance de los siglos pasados, que mendigando sus escenas en una vida bella, a la verdad, pero ideal y ficticia, o satirizando un defecto que entre nosotros no existe, o embotando el cerebro con la narración indijesta de inverosímiles aventuras o cansados amoríos, no puede inspirarnos un interés vivo y creciente (246).

 

Es interesante destacar, en cuanto a las funciones adjudicadas a la literatura, que Joaquín Blest Gana jerarquiza la utilidad de la novela siguiendo los principios del Movimiento del 42, como hemos dicho antes. El entretenimiento es percibido como superfluo y poco importante, -valoración que cambiará paulatinamente, especialmente con la modernización de los medios de masas y la valoración de la cotidianeidad-. Así, la novela se ubica más allá de “la miserable condición de mero entretenimiento a un fin más noble i grande. Hélo aquí sirviendo de órgano a la imperiosa tendencia del siglo” (246)


Otra de las virtudes de la novela, es que es capaz de incursionar en temas que antes no podían ser abarcados por antiguas formas, incluyendo los “intereses materiales” que eran considerados ajenos al carácter de la literatura.


Un segundo paso complementa esta percepción del género novelesco: el sujeto que escribe no se debe conformar con el retrato del estado social, sino proponer soluciones para colaborar en la “mejoría”, de la sociedad en la que surge. (247). No obstante este destino que se traza para la novela, el autor propone cautela frente a lo que el escritor ha de retratar, planteando límites que tienen que ver con lo colectivo frente a los excesos personales; el exceso está relacionado con el error al que puede llevar el afán de originalidad mal entendido, en el sentido de equivocar la evaluación de la sociedad, y perturbar el orden social y moral. Por lo tanto, defiende una escritura que no provoque desorden y no afecte la estabilidad. Se trata de un principio de realidad.


El elemento más importante, que marca una distancia frente a la crítica anterior y gran parte de la coetánea, se refiere a la importancia que el escritor y crítico otorga al modo de la escritura, es decir, a la construcción de la novela misma y no sólo a su funcionalidad; reclama la existencia de verosimilitud en la novela, considerado un importante “escollo” para su buena factura. Critica la “exajeración de los cuadros, el colorido demasiado fuerte en los caracteres.” Afirma que el lector actual es distinto, “mas incrédulo” y “exije en la novela mas enerjía en los afectos, mas movilidad en las escenas, mas drama en las situaciones” (248)
Establecidos estos criterios de valoración, evalúa la novela en Chile, y su conclusión es negativa. Tres razones: los antecedentes que han formado el carácter chileno, vinculados al ascendiente español, la “severidad española”; el espíritu positivista, entendido como barrera para el desarrollo de la imaginación; el predominio de los intereses materiales por encima de los espirituales; y, la escritura mal hecha, superficial y apartada de la historia propia. (250).


No obstante, augura un buen porvenir, la poesía ya está instituida, lo que nos lleva a pensar, volviendo a sus puntos de partida, que percibe que la poesía ya ha tenido su tiempo y es el “turno del romance”.
El segundo artículo, “Causas de la poca originalidad de la literatura chilena”, publicado también en 1848, está directamente relacionado con el anterior. Examina las causas de la carencia respecto de la novela chilena. Agrega, en primer lugar, la falta de identidad y de espíritu nacional que provoca dependencia cultural y la escasa valoración de la literatura propia que imita lo extranjero. En segundo término sitúa la trayectoria histórica de la sociedad chilena, afirmando que durante la monarquía se privilegió la idealización del pasado; durante la República, la preocupación por su construcción impidió el desarrollo de la literatura pues lo imperioso eran las armas antes que las letras; e, inmediatamente después, el progreso material se convirtió en el centro de interés en desmedro del cultivo del espíritu y lo intelectual, tal como señaló en el artículo anterior.


Finalmente, una importante causa literaria, es la “inexistencia de la crítica”. En J. Blest Gana, el discurso crítico parece tener más importancia que lo que se percibe en décadas inmediatamente anteriores, en que la discusión crítica tenía su centro en ataques personales entre intelectuales que aparecen publicadas en los diarios de barricada, Blest Gana da cuenta de esta situación y denosta la costumbre de ligar lo literario a lo personal, y la evalúa como una de las causas de los problemas de la crítica:

 

Siendo muy pequeña nuestra sociedad, estrechamente eslabonada, temeroso el escritor de herir con sus tiros el delicado blanco de las preocupaciones patrias, o de sublevar en contra suya el resentimiento mezquino de los que se creen ofendidos, o de romper tal vez las relaciones de amistad o sociales que mantiene, guarda para si sus opiniones, medroso de los funestos resultados que pudiera acarrearle el emitirlas (…). Éste es el medio más breve para torcer el verdadero espiritu de la crítica haciéndola personal i no literaria; miserable, superficial y ardidosa en vez de sabia, imparcial y franca que debia ser; i éste es también el modo de destruir una de las mas robustas columnas sobre que reposa el edificio literario, que se derrumbará falto de apoyo, o se sostendrá débilmente que la mas leve oscilación lo convertirá en escombros. (En Silva Castro 1969: 76)

 

Para J. Blest Gana la crítica mide la evolución o desarrollo de la literatura, sirve como instrumento para mejorar las producciones deficientes (“cincel repulidor de las creaciones imperfectas”) y como límite a los excesos. Cumple una función didáctica, aclarando conceptos y es la guía privilegiada para la literatura5 .


Tal como ha ocurrido con la novela, dice, la crítica no ha tenido desarrollo en Chile, entendida como crítica nacional, pues lo que hay es crítica “sobre autores extranjeros”, y escasamente algunas que se hacen cargo de la producción chilena.


Cuatro años más tarde, en 1852, Miguel Luis Amunátegui, discípulo de Bello y Lastarria, plantea el tema: “¿Será posible una literatura americana?” M. L. Amunátegui es uno de los principales historiadores literarios en este periodo inicial, su texto corresponde a un discurso crítico que privilegia el aspecto historiográfico6 . El discurso comienza con el elogio de su antecesor, José Miguel de la Barra, como era acostumbrado en ese tipo de conferencias, y destaca que de la Barra representa al letrado que ha servido “a la literatura americana, sino con sus obras, al menos con su afición a las letras” (460). El punto de partida, más allá de establecer un simple orden cronológico, tiene que ver con la producción de los intelectuales en épocas inmediatamente anteriores, haciéndolos funcionar como antecesores inmediatos; la cooperación de los anteriores intelectuales ha sido necesaria y provechosa, especialmente por dos razones, porque han difundido a los escritores del Viejo Mundo, que han servido de modelo para los intelectuales posteriores, y porque han motivado y alentado a los nuevos escritores. (460).


Amunátegui traza una periodización literaria a partir de las relaciones entre las naciones antiguas y las nuevas. No es posible una literatura que no tenga antecedentes en otras, siempre hay una primera relación de dependencia respecto de las naciones antiguas (Europa) y esta relación tiene distintos rasgos según sea su evolución y desarrollo. El criterio es la evolución de la sociedad. El primer momento de desarrollo literario que propone Amunátegui es el de imitación: que incluye las ideas y las formas. El segundo, es el momento de plagio, en el que toman las ideas pero no la expresión. Una vez avanzado en estas dos etapas, entonces se podrá llegar hasta la fundación de escuela, o a una literatura propia, o periodo de originalidad: “La imitación desenvuelve i anima los elementos de originalidad que toda sociedad organizada entraña en si misma, i enjendra una literatura que se distingue por sus caracteres especiales de aquellas que han contribuido a su nacimiento. (461).


Ante ese panorama, la pregunta que realiza Amunátegui, es si los escritores americanos lograrán su independencia literaria y producirán una literatura propiamente americana, problema que le parece crucial, pues de ello dependerá, dice, la dirección que tome el cultivo del conocimiento y la cultura 7. El modo en que trabaja esta problemática es a través de la discusión de las hipótesis de algunos críticos que afirman la imposibilidad de originalidad que, afirma: son la mayoría. El pasado de América es el primer elemento a considerar, comenzando por los tres siglos de esclavitud y luego la lucha contra España, ninguno de los dos momentos ofrece antecedentes históricos útiles para la literatura; en oposición, por ejemplo, a los románticos, que han acudido a la edad media. Durante la colonia en América no existían condiciones de posibilidad a causa de la ausencia de una tradición a la que acudir. El periodo de la revolución independentista, que es una guerra como todas, no aporta una especificidad que le permita convertirse en materia de literatura, además de formar parte del paradigma europeo. (462)
A partir de sus argumentos se observa lo que Amunátegui considera la materia prima de la literatura: la tradición histórica, y no se refiere a los hechos, sino a la memoria de los hechos, memoria que va constituyendo la subjetividad, aunque no es la única fuente. La contemplación de la naturaleza (siguiendo a Bello) y el estudio del “alma humana” aportan los otros elementos necesarios para el progreso de la escritura literaria8 .


Un escollo importante que sí reviste importancia para Amunátegui, y que forma parte de un elemento recurrente en la crítica hasta entrado el siglo XX, estriba en el predominio de los intereses materiales; que funciona como una exageración “paralela a la exageración espiritualista, que antes dominaba, i que no mutila al hombre menos que la otra” (466).


Parte de la discusión es, también, la existencia de libros europeos. Se acusa un exceso de difusión y de influencia que para Amunátegui no es tan grave problema, pues las ideas extranjeras deben ser adaptadas para que funcionen en América. (465).


Como Joaquín Blest Gana, su perspectiva es positiva respecto de los avances en el terreno literario en general, y destaca la instalación de la poesía y del diarismo. El gran problema para Amunátegui no es la determinación histórica o la simple falta de tradición, sino la carencia de conocimientos; las letras europeas son el punto de partida para la originalidad, y el método debe ser el conocimiento. (465).


Finalmente, además de la importancia de las ideas, también la forma, la materia es producto de la originalidad: “La originalidad de un escrito proviene a menudo del fondo mismo; pero muchas veces puede nacer de la forma. La misma materia se presta a ser encarada de modos mui diferentes” (466).

 

Este aspecto demuestra, continuando con las afirmaciones previas, que los discursos críticos están considerando con mayor atención la dimensión de “estilo”, y la forma o expresión ya no es un elemento secundario presidido por las ideas o el fondo. Amunátegui, de tendencia historicista documental, ubicado en el linaje histórico9 de la crítica, muestra una tendencia más globalizadora y más consciente de la existencia de elementos complejos en lo literario, más allá de lo previamente dado.


Nueve años más tarde, febrero de 186110 , aparece publicado por partes en los Anales de la Universidad de Chile, el Juicio crítico de algunos poetas hispanoamericanos, firmado por Miguel L. y Gregorio V. Amunátegui. En el estudio centrado en la figura de Salvador Sanfuentes, (autor de El Campanario, texto que surge como respuesta a la polémica) se retoma el tema central de la conocida polémica impulsada por D.F. Sarmiento en 1842, en que uno de sus temas era la inexistencia de escritores chilenos. Los autores difieren sólo en uno de los aspectos críticos señalados por el argentino; están de acuerdo con que existía “falta de ideas” en los literatos nacionales, lo que se atribuye a las carencias en la educación, - y de paso, se da cuenta de lo que se estudiaba y leía en la escuela- (264) 11situación que se considera se ha ido superando. Pero no están de acuerdo con que el segundo factor sea “demasiado esmero” en el lenguaje y en la forma y la desechan como un equívoco; los chilenos hablan el castellano tal como en otros países, y, en esto es importante la argumentación de los autores, afirman que la preocupación por la forma no es un obstáculo, antes bien, es un requisito indispensable. Solo puede permanecer una obra bien escrita.

 

El cultivo dilijente de la forma, jamas ha sido obstáculo para el desenvolvimiento de una literatura; al contrario, es requisito indispensable para sus progresos. Sin buen lenguaje, la expresión de las ideas no tiene ni claridad, ni exactitud. Sin buen estilo, una obra literaria es un bosquejo, un embrión, algo que ha nacido, pero que no se ha desarrollado convenientemente. Una forma esmerada, según la elegante expresión de un crítico eminente, es lo que salva los escritos del olvido, (…) ‘el estilo, ha dicho Víctor Hugo, es lo que asegura la duracion de la obra i la inmortalidad del poeta. La expresión bella embellece el pensamiento bello, i lo conserva; es juntamente un adorno i una armadura. El estilo es para las ideas lo que el esmalte para los dientes. (264)

 

La importancia de la cita anterior radica en el equilibrio que se observa entre la elección de los temas y el estilo o la expresión de las ideas, tal como hemos observado en los anteriores textos críticos examinados.
En ese mismo año, en abril, Domingo Arteaga Alemparte (1861) continúa los temas y respuestas anteriores. Instala como el inicio de la literatura nacional, el año 1842. Retoma el tema de la carencia de escritores, y afirma como causa, el carácter de los chilenos, “Frios de su natural, los chilenos, circunspectos, calculadores, apegados a los intereses materiales, inclinados a lo útil mucho más que a lo bello”. (1861: 513). En diálogo evidente con los textos de los Amunátegui revisados antes. Este diálogo es, además de su contenido específico, de importancia para la construcción de un espacio crítico-literario. Es un diálogo que no tiene rasgos de polémica o debate; se trata de una complementación de ideas, aunque se difiera en algunas; una continuidad en el desarrollo de las evaluaciones y elaboraciones sobre la literatura nacional. Aunque evidentemente no se trata de algo inédito, la trayectoria de estos intelectuales da cuenta de problemas comunes y percepciones comunes en un lapso de diez años.


El cuarto autor/crítico que nos interesa es Alberto Blest Gana, instalado en la historia de la literatura nacional como el primer novelista de importancia. Si los autores descritos antes marcan algunas variaciones respecto de la valoración de la novela como el género literario adecuado para la época, desarrollan perspectivas historiográficas de mayor alcance, construyen ideas más sólidas y comienzan un desprendimiento del discurso preceptivo, hecho que tiene que ver con que la novela no está atada a una tradición de larga data como la poesía, y, además, incluyen en forma incipiente, la valoración de un tipo discursivo que se distingue de cualquier otro discurso a través de su preocupación por la materia y la forma, (en términos epocales). A. Blest Gana realiza una reflexión metacrítica más sólida e instala, probablemente por primera vez desde un punto de vista más analítico y reflexivo y no solo desde las constantes críticas a la carencia de educación o a la simple inexistencia de lectores, la conciencia de la existencia y características de un público lector, más maduro, mostrando un punto de vista novedoso y más moderno (1861).


Por otro lado, A. Blest Gana evidencia una notoria diferencia en cuanto al estilo de su escritura crítica, con una evidente disminución de imágenes alegóricas para explicar una idea, y abandona el exceso de adjetivación, comparaciones y metáforas fotológicas. Se trata de un estilo claramente moderno, que se diferencia incluso de críticos posteriores. En “Literatura chilena. Algunas consideraciones sobre ella”, Alberto Blest Gana se suma al gran tema que hemos registrado antes, sobre las razones de la carencia de literatos nacionales (1861: 81).


La primera razón es la influencia europea; la segunda, la tendencia al materialismo. A ellas se añade la falta de estímulo para las letras, lo reducido del espectro ilustrado, y, finalmente, los críticos, “por ignorancia intolerantes, [más] que jueces equitativos por sus luces i competencia (…)” El requisito para superar esta barrera, no radica solo en que la literatura deba retratar adecuadamente la sociedad, sino y especialmente, -el énfasis es lo importante- en la afición al cultivo de la inteligencia (85).

 

El aumento de los trabajos históricos, las inspiraciones de la poesía, del drama, de la novela, la intervención de una crítica juiciosa i erudita en materia literaria, manifiestan que las letras nacionales, dejando la pasiva imitación propia de toda clase de infancias, asume el papel del adulto que principia a sentir que puede guiarse por sus propias ideas i observar los fenómenos que a su vista se presentan con los ojos de su criterio. (85).

 

La pregunta que hace A. Blest Gana es si tienen estas obras las condiciones necesarias para permanecer y si funcionan para instalar una tradición. Preguntas para las que aún no tiene respuesta. Manifiesta que no puede pedirse respecto de una arte que se inicia, la perfección que se pide a los pueblos que tienen más trayectoria, sobre todo si se ajusta a la vida política y social (85), pero sí es lícito desear que en los trabajos que serán la base de lo futuro, “se cumpla con los requisitos indispensables para salvar las obras humanas de una ominosa indiferencia i que infunden un verdadero aprecio entre los estudiosos.” (85).


Explica que, además de las obras históricas que sí tienen valor, importa que la poesía y la novela sean originales sobre la base que otorga el estudio de los modelos de la literatura antigua y moderna de Europa. La función de la literatura es civilizadora, contribuir al progreso.


En páginas anteriores hemos comentado el privilegio del discurso histórico frente al discurso literario en las postrimerías de la década del 40, y más tarde, el ascenso del prestigio de la novela. A. Blest Gana es aún más claro en cuanto a los géneros literarios y comienza desarrollando sus juicios críticos sobre la poesía;

 

Imbuido del estrecho personalismo en que la poesía sentimental se ha complacido con exajerada prolijidad i tomando acaso por una nueva forma de arte lo que tantos poetas o pasados siglos habian ya consagrado en sus estrofas, la poesía chilena ha dejado mui pocas veces ese limitado campo i producido algunas leyendas que merecen reputarse como ensayos felices en su jénero. Sobre estos ensayos puede con fundamento cifrarse la esperanza de gloriosos dias para la poesía nacional, a la que le pediriamos, para su bien, que arrojase cuanto ántes la egoísta capa del personalismo i buscase su inspiración en el estudio de la naturaleza, i que cante las glorias del pasado, las alegrías o tristezas del presente i las esperanzas del porvenir acordándose lo ménos posible de sus sufrimientos morales. (86-87).

 

La novela goza de su predilección, evidentemente. Al comparar la poesía con la novela, respecto de las preferencias del público, afirma que la novela cuenta con un número mucho mayor de lectores porque está “al alcance de todos”, mientras que la poesía necesita de mayor conocimiento de “los preceptos del arte y está imbuida de “la apariencia de los antiguos ídolos cuyo lenguaje era comprensible únicamente a los sacerdotes del culto pagano”. La novela puede ser del gusto de todos, del estudioso y el lego, jóvenes y viejos, “madres” y “niñas” por igual “encontrarán en la novela un grato solaz, un descanso a las tareas diarias” (88).

 

La novela, por el contrario, tiene un especial encanto para toda clase de intelijencia, habla el lenguaje de todos, pinta cuadros que cada cual puede a su manera comprender i aplicar , i lleva la civilización hasta las clases ménos cultas de la sociedad, por el atractivo de escenas de la vida ordinaria contadas en un lenguaje fácil i sencillo. (88)

 

Blest Gana tiene claro por qué es más complejo leer poesía que novela y a qué contribuiría cada una. Las razones que esgrime el autor están directamente dirigidas a desacralizar la novela en cuanto a instrumento de regeneración que para los intelectuales del 42’ alcanzaba a una élite ilustrada, destinatario ideal construido por el grupo, quiérase o no. Para ese grupo no existe un público lector amplio y diverso como el que empieza a dibujarse en A. Blest Gana. Y tampoco, como veíamos más arriba, existía la mínima valoración del entretenimiento como parte de la lectura, ni siquiera como elemento seductor. Respecto de la novela, lamenta que tenga pocos cultores y afirma como causa principal, (además de la dificultad de su correcta ejecución) el problema de competir con la novela europea. Pero, y en esto hay una notable diferencia, establece una visión disidente frente a los detractores del folletín:

 

[debe] considerarse mas bien como un estímulo para los que se sienten inclinados a tan amena i útil ocupación, porque; si bien la no siempre acertada eleccion de los periódicos para sus folletines, la popularidad de ciertas novelas de mui problemático valor, o la poca ilustración de la generalidad de los lectores, traen hasta cierto punto, viciado el buen gusto i subvertidos los sanos principios que deben presidir en la ejecución de la novela, puede sentarse el importante aserto de que la aficion a la lectura a ganado inmenso terreno en Chile desde algunos años a esta parte. (88)

 

Lo anterior, como se ha dicho, no significa que Blest Gana no considere la novela como instrumento civilizatorio, sino al contrario, da cuenta del lugar cada vez más importante en que se ubica, en desmedro de la poesía, y en el marco de la modernidad. De hecho, el artículo está en buena parte dedicado a hacer una revisión de la novela, defendiendo la novela de costumbres. Pero apunta “cautelosamente” la importancia de la lectura de folletín como un paso para aumentar el lectorado.


Finalmente, Alberto Blest Gana revisa la crítica literaria, incluida entre los “ramos” literarios. Para el autor la crítica es parte inseparable de la literatura, una guía para la escritura de buena literatura. Siguiendo en gran medida la visión de la crítica de los literatos trabajados antes, la crítica funciona como límite contra los excesos, especialmente frente los excesos de un “natural deseo de innovación” y el deseo de originalidad, que corre el riesgo de olvidar preceptos que llama “capitales” y base de la literatura. La crítica debe ser desapasionada, justiciera e imparcial. La función de la crítica es didáctica y también de difusión, debe “atacar sin acrimonía los desaciertos, popularizar las buenas doctrinas i defender su causa siempre con razonamientos estudiados i poderosos, sin dejarse arrastrar por la pasion para infundir desaliento a las que se presentan en la arena de la publicidad”. De esta forma, la crítica se convierte en “intermediaria entre el autor i el público, cuyo juicio puede fácilmente extraviarse” (93).


Estamos en el año 1861, a la anterior demanda que se hacía a la literatura, constituirse como instrumento regenerador de la sociedad, se agrega una demanda estética. Demanda que sigue relacionada directamente con la función postulativa12 de la crítica, la insistencia en un “deber ser” de la literatura, proponiendo modelos para las ejecuciones literarias, un programa que se dirige a la transformación de la literatura, ello, en un marco aún fundacional.

 

Conclusiones

 

 

El discurso crítico, en estas décadas, evidencia una mayor sistematicidad y una visión de conjunto, especialmente expuesta del lado de la tendencia histórico-literaria. Sigue regido por gran parte del ideario del movimiento de 1842, y los temas que reaparecen respecto de la función del escritor y de la literatura. Los diagnósticos del estado de la cuestión suelen ser el punto de partida de la crítica más interesante. Las mayores diferencias respecto de los discursos anteriores, son dos. Primero, la nueva centralidad de la novela, no simplemente en el sentido de que existan más textos críticos que se ocupen de este género en desmedro de otros, sino que los textos que abordan la novela muestran una nueva valoración de la escritura misma, la valoración de la expresión, especialmente respecto de la verosimilitud en la narración. Y finalmente, la ubicación de la crítica como mediadora entre el público y el escritor, particularmente en Alberto Blest Gana.


En la crítica no hay un cambio estructural o paradigmático, sino unos matices que la van diferenciando de discursos anteriores, pero se va haciendo más específica cuando se hace cargo de una valoración más equilibrada entre las ideas y la expresión en los textos literarios. Y un último aspecto destacable, asoma la percepción de un público lector que excede los círculos ilustrados, ahora bien, sigue siendo una crítica que vendrá del mismo círculo reducido de intelectuales.


No se trata, en este período, de la configuración de la autonomía del discurso crítico, pues, mientras no se desarrolle la autonomía del campo literario, los discursos críticos se mantendrán en dependencia de las instituciones sociales y políticas como centros de su enunciación. Los cambios de importancia se producirán con mayor visibilidad hacia fines de la década del 80, momento en que el Certamen Varela funcionará como síntesis de la configuración del campo literario en su desgajamiento del campo social.

 

1Este artículo fue escrito en el marco de mi proyecto Fondecyt N°11070049. “Hacia una cartografía del espacio crítico-literario (1887-1938) finalizado en el año 2009.

 

2Este tema lo abordo en mi artículo: “Discursos crítico-literarios en Chile: Bello y Lastarria como “sujetos críticos adelantados”. (inédito y en evaluación en revista especializada).

 

3Algunas ideas de este artículo han sido esbozadas por Bernardo Subercaseaux en el contexto de su estudio centrado en J. V. Lastarria. Nuestro desarrollo es distinto, en cuanto se orienta específicamente a los discursos críticos. Véase especialmente el capítulo VII: “Nacionalismo literario, realismo y novela.” (1997: 135-150).

 

4 “Hai en el hombre una tendencia irresistible hacia toda especie de ficciones; tendencia que se pronuncia harto temprano, pues apenas unas pocas ideas cruzan por nuestra cabeza, apenas una chispa de sensibilidad hace latir el corazon cuando deseamos algo mas, de lo que nuestros sentidos perciben, Algo mas que la realidad que se desarrolla a nuestra vista. La razon i la imajinacion, zanjan desde la cuna los lindes que deben dividirlas”. Joaquín Blest Gana (241).

 

5 “El estado del arte crítico es en casi todas las literaturas el no engañador termómetro que consultamos, para determinar a punto fijo el grado de decadencia o de progreso en que éstas se hallan: la crítica es el cincel repulidor de las creaciones imperfectas, el hacha que troncha las ramas viciadas o inútiles del árbol de la literatura, al mismo tiempo que el río que esparce sus aguas benéficas en el campo de los conceptos. Ella enfrena el desacertado y pernicioso vuelo que la intelijencia toma a veces, marcándole su verdadero jiro i manteniéndola en jurisdicción imprescriptible. Bastante conocidos, suficientemente probados son sus incalculables beneficios, para que me detenga a manifestarlos. En un pais donde no existe, faltará a la literatura su mas poderoso apoyo, su brújula de direccion.” (Blest Gana, J. Cit. en Silva Castro 1969: 62).

 

6 En 1858, Miguel y Gregorio Amunátegui ganan con el libro; Juicio crítico de algunos poetas hispanoamericanos, el certamen convocado por la Universidad de Chile, en 1859 (fallado en 1860, publicado por partes en 1861.)

 

7 “Problema es este que me parece de alta importancia, porque de la solucion que se le dé en uno u otro sentido, dependerá necesariamente la direccion que se imprima entre nosotros al cultivo de la intelijencia i al desenvolvimiento del pensamiento; i aunque siempre es asaz aventurada la pretensión de pronosticar el porvenir, sin embargo, en el caso presente, tengo para mí que no escasean los datos que serían preciso para despejar esta incognita.” (Amunátegui 1852: 460).

 

8 “¿Pero son esas las únicas fuentes de orijinalidad? ¿I la contemplación de la naturaleza? ¿I el estudio del alma humana? ¿Se atreverá alguien a pretender que no lo sean? Si nuestra historia i nuestra sociabilidad actual no son favorables al desarrollo de las letras no veo porque los autores americanos no habrian de sacar de esas otras dos fuentes los elementos que necesitasen.” (Amunátegui 1852: 464).

 

9Sobre la clasificación de la crítica literaria chilena en linajes, véase el libro de John P. Dyson (1965).


10 XI Don Salvador Sanfuentes Anales de la Universidad de Chile Tomo XVIII. Febrero de 1861 259-298 Juicio crítico de las obras de algunos poetas hispanoamericanos.

11 ¿Cómo habíamos de tener escritores, cuando el curso de humanidades se reducia al estudio de la geografía de Urcullo, al de los jéneros y conjugaciones castellanas, al de las declinaciones i conjugaciones latinas, a la traducción torpe i descuidada del Epitome historia sacra i de la Eneida de Virjilio, i al estudio de memoria del Curso de filosofia de marin i del Compendio de las lecciones de retórica de Hugo Blair? ¿Quién había de perder tiempo en escribir, cuando el público ignorante no sentía la necesidad de leer? El atraso de la sociedad era la única i verdadera causa de que no se compusiera en Chile ni prosa, ni verso. A medida que los estudios fueron siendo mas completos, a medida que la ilustración fue difundiéndose, principiaron a aparecer literatos de todas especies, buenos i malos, pero tan numerosos i de tan distintas clases, como en
cualquiera de las otras repúblicas hispano-americanas” (Amunátegui 1861: 264).

 

12Janusz Slawinski identifica cuatro funciones en la crítica literaria: la función cognoscitivo evaluativa, la función postulativa, la función operacional y la función metacrítica. Las funciones son simultáneas pero no tienen la misma relevancia en cada texto crítico concreto, una o más pueden ser dominantes y las restantes aparecen minimizadas o subordinadas, ello otorga diferentes acentos e incluso permite realizar distinciones entre tipos de crítica.



Obras citadas

 

Anónimo. “Prospecto”. El Semanario de Santiago. 1 (1842): 1.
Amunátegui, M. L. “¿Será posible una literatura americana? Discurso de recepción de Don Miguel Luis Amunátegui pronunciado en la Facultad de Filosofia i Humanidades de la Universidad de Chile”.  Anales de la Universidad de Chile. (Vol Nº) (1852): 457-466.
Amunátegui, Miguel Luis y Gregorio Víctor Amunátegui. “XI Don Salvador Sanfuentes. Juicio crítico de las obras de algunos poetas hispanoamericanos”. Anales de la  Universidad de Chile.  XVIII (1861): 259-298.
Arteaga Alemparte, Domingo. 1861 “Don Salvador Sanfuentes”. Anales de la Universidad  de Chile. XVIII (1861): 506-520.
Bajtín, Mijaíl. Teoría y estética de la novela. Madrid: Taurus, 1989.
Blest Gana, Joaquín. “Walter Scott.” Revista de Santiago. I (1848): 154-165.
______ “Tendencia del romance contemporáneo y estado de esta composición enChile”. Revista de Santiago. 1 (1848): 240-250.
­­­______ “Causas de la poca originalidad de la literatura chilena.” En Silva Castro, Raúl.  La literatura crítica de Chile. Santiago: Edit. Andrés Bello: 1969, 69-79.
Blest Gana, Alberto. “Literatura chilena. Algunas consideraciones sobre ella. Discurso de  incorporación leído en la sesión del 3 de enero de 1861”. Anales de la Universidad de Chile. 18 (Año): 80-94.
González-Stephan, Beatriz. Fundaciones: canon, historia y cultura nacional. La  historiografía literaria del liberalismo hispanoamericano del siglo XIX. Madrid: Iberoamericana, 2002.
Lastarria, José Victorino y Joaquín Blest Gana. “Crítica Literaria. Informe crítico  sobre la obra de los Sres. Amunátegui, titulada Juicio crítico sobre los principales poetas hispanoamericanos”. Revista del Pacífico. III (1860): 31-34.
López, V. F. (s/d) La novia del hereje (fragmento).  26 de febrero de 2010 link.
Slawinski, Janusz. “Las funciones de la crítica literaria”, Criterios, 32 (1994): 233-253.
Subercaseaux, Bernardo. Historia de las Ideas y de la Cultura en Chile. Sociedad y cultura liberal en el siglo XIX: J.V. Lastarria. Tomo I. Santiago de Chile: Universitaria, 1997.
Todorov, Tzvetan. Mikhail Bakhtine. Le principe dialogique. Paris: Editions du Seuil, 1981.



 











Discursos/prácticas Nº 4 [Sem. 2] 2010



Darcie Doll Castillo darciedoll@hotmail.com


Universidad de Chile

Facultad de Letras,
Av. Libertador Bernardo O’Higgins N° 3363, Santiago, Chile

________________________

Recibido:
04/11/2010

Aceptado:
27/01/2011





Instituto de Literatura y Ciencias del Lenguaje / Av. Brasil 2830, 10° piso, Valparaíso, Chile / Fono (56- 32) 2273392.