Reati, Fernando (2006),
Postales del porvenir.
La literatura de anticipación en la Argentina neoliberal (1985-1999).

Buenos Aires: Biblos.
ISBN: 950-786-529-2


Fernando Reati (Córdoba, Argentina) se doctoró en Letras en Washington University, St. Louis (Estados Unidos). Actualmente enseña literatura latinoamericana en Georgia State University, Atlanta, USA. Es autor de Nombrar lo innombrable: violencia política y novela argentina, 1975-1985 (1992). Con Adriana Bergero compiló Memoria colectiva y políticas de olvido: Argentina y Uruguay, 1970-1990 (1997), y con Mirian Pino, De centros y periferias en la literatura de Córdoba (2001) y el libro que nos convoca, Postales del Porvenir (2006), que nos permite aseverar de entrada que su visión y corte analítico del corpus estudiado será, claramente, ideológico-político, al perseguir una lectura económico-social de un período reciente de la historia argentina, a través de obras de anticipación (o más claramente, ciencia ficción), novelística que en Latinoamérica es raramente abordada por la crítica especializada.


Así, Reati parte confirmando un aserto nuestro, pues el temprano origen en Argentina, Chile, Colombia y México de la denominada literatura de anticipación sigue siendo ampliamente desconocida, aun cuando existan textos desde el siglo XIX para probar lo contrario. Pero la preocupación del autor es aun más ambiciosa, pues sostendrá –con fundados análisis– que en la década y media de implantación del neoliberalismo (1985 - 1999) en Argentina es donde podemos encontrar la mayor cantidad de novelas pertenecientes a este género fantástico. Libros que aleccionan –intencionalmente o no– la manera en que las transformaciones del país impactaron en el inconsciente colectivo. De este modo, al comparar las novelas de ficción anticipatoria de Marco Denevi, Abel Posse, Osvaldo Soriano, Angélica Gorodischer, Orlando Espósito, Sergio Chejfec, Ricardo Piglia, César Aira, Ana María Shua, Marcelo Cohen, Eduardo Blaustein, Sergio Bizzio y Pablo Urbanyi, escritas en tal periodo, nos brindarán “postales que un hipotético trotamundos argentino de la década del 90 nos enviara para darnos noticias de su viaje al porvenir”, como acertadamente señala la contratapa del libro.


Concordando con otros pensadores no necesariamente adscritos al género fantástico, en su manifestación más moderna, la Ciencia Ficción (pienso en Jameson, Deleuze y Sarlo, por citar algunos) sostenemos que la literatura de anticipación es una valiosa estrategia iluminadora, adoptada por el imaginario, en cualquier sociedad y en cualquier época, para proyectarse simbólicamente hacia el futuro y anticipar las posibles direcciones de la historia local, e incluso, global. Pues, la práctica de imaginar futuros posibles no es otra que especular sobre cómo se puede comprometer al porvenir para que éste se vuelva real, siempre dentro de los modelos deseados por nuestras sociedades presentes. Pero a sabiendas que estos “imaginarios deseantes” no son necesariamente seguros. Pues cada opción elegida se disuelve en otras elecciones menores, igualmente capaces de marcar el futuro con otras tantas improntas imprecisas, donde, por ejemplo, acontezcan nuevas fatalidades que condicionen tal futuro: cataclismos climáticos, catástrofes históricas, amenazas de dominación del mundo, siempre en manos de una ciencia cada vez más certera y menos sabia. Tales temáticas citadas son claros ejemplos de lo que comúnmente se llama “literatura de anticipación”.


Ahora bien, en descargo de quienes no gozan con este género, pues muchos autores y pensadores sólo ven aquí una deformación de la literatura de imaginación, concordaremos que la “mala” literatura de anticipación consiste en describir escenas y acontecimientos futuros que tienen lugar a una distancia conveniente: ni demasiado cercanos en el tiempo como para evitar una desmentida inmediata a cargo de los hechos, ni demasiado lejanos como para impedir que el valor didáctico de la obra se diluya en la lejanía y la posible lección implícita nos sea inimaginable (pensamos principalmente en el Verne más moralista y su legión de imitadores, desde fines del siglo XIX y hasta mediados del siglo XX). Se trataría por lo tanto –según estos críticos– de un género literario de vida limitada, el único caso de una obra de imaginación que a partir de determinado momento dejará de existir. Así, estos mismos detractores concluirán que la diferencia entre la literatura fantástica y la ciencia ficción es la misma que existía entre los Naturalistas empíricos, quienes pensaban que el futuro era deducible irremediablemente del presente y el “más allá” fantástico pertenecía al orden de lo arbitrario y lo ignoto, por esencia, lo poético-imaginativo. Tesis que conlleva su propia autodestrucción, pues esta “caducidad moral” (no se puede hablar de lo que no se ha vivido o no se está padeciendo) ha hecho estragos en la mayoría de las obras literarias de todo tiempo y lugar, exceptuando, claro está, los clásicos inmortales. “Ilegibles”, por lo mismo, al decir del Borges más anticipatorio.


Hoy sabemos que el género de anticipación capaz de “adivinar” el futuro no existe. Sí existen aquellos mapas o espejos –metáforas recurrentes del género– altamente simbólicos que construyen simulacros que nos permiten observar críticamente el presente, para en alguna medida, modificar comportamientos y tendencias en aras de perfeccionar o bien alertar sobre ese porvenir por siempre hipotético. Así es como lo entiende Reati en este libro reseñado, pues considera a Verne (hablando de las influencias directas de sus pares latinoamericanos) más bien como un autor de “política ficción” que de ciencia ficción pura, puesto que sus novelas abarcan desde el mercantilismo de la Bay Hudson Company británica a la insurrección musulmana de Kachgarie, de la trata portuguesa en el Congo hasta la erupción antialemana en Livonia, de la guerra de los Taiping a las luchas nacionales de los húngaros, transilvanos y búlgaros; de la venta de la Alaska rusa a la rebelión de los cipayos. Verne –visitado por Reati– está notablemente familiarizado con el conjunto de las tensiones políticas del planeta, en particular durante la segunda mitad del siglo XIX. Y por ello, ampliamos nosotros, el proyecto novelesco de Julio Verne es mucho menos original de lo que parece, al tener precursores y antecedentes, en particular, entre los primeros escritores franceses de anticipación científica, como La Follie, Nogaret, Lemercier. En lo que ambos, autor y reseñador, coincidimos es aquello que ha hecho importante a Verne, al conseguir que la ciencia ya no esté presente en su obra, sino que sea omnipresente, tal como sucedió en nuestras vidas, a partir del siglo XX.


En Julio Verne, la ciencia es mucho más que un mero recurso literario. Está presente como tal bajo la forma aparentemente austera de la exposición y la vulgarización científicas. Pero Verne no tenía ningún miedo, pues no intentó solamente ampliar los conocimientos científicos de sus lectores, al desarrollar su sentido científico y su respeto por la ciencia y darle un lugar a ésta en la literatura. De manera más general, su obra cuestiona, a través de esta misma ciencia, las relaciones del hombre con el universo natural que lo rodea. Recordemos que Verne escribía en una época en que el maquinismo prometió desarrollar las posibilidades humanas, sin volverse, todavía, amenazante para la ecología. Ninguno de sus escritos se plantea el problema de la contaminación atmosférica, ni el envenenamiento de las aguas, ni la degradación del ambiente por la acumulación de los desechos. En Verne, las máquinas se vinculan a la naturaleza para prolongarla y superarla. Y lo que, en definitiva, nos plantea es que cuando algo se vuelve posible, es decir, cuando su época lo reclama, tarde o temprano se hará realidad, y entonces tendremos que adaptarnos a su realización, perdiendo a cambio una parte de nuestra humanidad. He ahí el valor político denunciante de su obra entendida latamente como futurista.


En este contexto, y siguiendo el desarrollo histórico de la ciencia ficción americana, luego de la primera posguerra mundial –quizá a modo de válvula de escape para una generación que hacía recuento de estragos y estrategias fallidas– Estados Unidos incorporó a la cultura de masas este género que un editor, siguiendo la segunda Revolución Industrial, bautizara scientifiction. Y sin tal literatura que la enumerara, probablemente, no existiría la proliferación de adelantos tecnológicos al servicio de la vida doméstica, tal y como hoy la padecemos. Pues, harto despreciada por los cánones académicos vigentes, la ciencia ficción fue una fuerza soterrada que, al decir del crítico argentino Pablo Capanna, moldeó el presente, al anticipar y prevenirnos del status quo tecnocrático de nuestras sociedades, dado que hasta hace poco, el vacío de textos críticos referidos a la ciencia ficción se relacionaba directamente con el infundio que denunció como menores aquellos géneros nacidos en el seno de la cultura popular. Claro que, tampoco, se juzgó desdeñable aludir/eludir la imposibilidad de pensar el futuro de toda una comunidad idiomática (durante los 70-80 en Latinoamérica), disminuida bajo coerción, censura y tortura impuestas como cánones literarios por sistemas políticos pro-militarista, o derechamente, dictatoriales.


Y no es hasta fines de los años sesenta que el fermento revolucionario, signo de la década posterior y la cultura de masas, su estandarte, se preparaban para entrar de pleno en el debate intelectual, a través de subgéneros inéditos en tales ámbitos, como son la novela negra, el folletín romántico y la ciencia ficción, principalmente. Por ello, Pablo Capanna, posiblemente el único intelectual argentino que dedicó casi todos sus esfuerzos al género (quien publicó El sentido de la ciencia ficción, en 1967), sostiene que


el debate en torno de la ciencia-ficción siempre se ubicó en un ámbito más cercano a la sociología que a la crítica literaria. En efecto, aquello que hoy se llama ‘ciencia-ficción’ (según una clasificación perpetrada por editores y libreros) acredita en su pasado todos los prestigios de la tradición utópica occidental. Pero, de hecho, nació a la fama como un ‘género’ popular, ajeno a las vanguardias literarias y huérfano de crítica, y recién comenzaría a llamar la atención de los académicos a fines de los años ‘60, cuando empezaban a soplar las primeras brisas posmodernas y con ellas se iniciaba el rescate de la cultura pop.” (Capanna, 2005: prólogo)


Entramos así de lleno en el período posdictadura argentino, protagonizado por ambos gobiernos del peronista Carlos Menem, a su vez, dominados por la acción depredadora del neoliberalismo. Por ello, en Postales del porvenir, Fernando Reati aborda con lucidez y rigor la influencia que una conducta y un clima generalizados de saqueo y corrupción tuvo en la génesis de una literatura de anticipación. Para un grupo de escritores argentinos –Juan Jacobo Bajarlía, Ricardo Piglia, Eduardo Goligorsky, Marcelo Cohen y Angélica Gorodischer, entre otros– fue necesario crear un territorio y un lenguaje de fantasía, cuya descripción funcionara a modo de mensajes cifrados por un hipotético informante, según la metáfora ideada por Reati. Este autor considera que la época y la acción creadora de este grupo han revitalizado el género de anticipación como consecuencia de una imperiosa necesidad de memoria futura, para una sociedad desquiciada por la falsedad de su presente. A modo de síntesis del propósito de su libro, Reati cita a Ricardo Piglia, quien afirma:


’Paradójicamente la lengua privada de la literatura es el rastro más vivo del lenguaje social. Quiero decir que la literatura está siempre fuera de contexto y siempre es inactual; dice lo que no es, lo que ha sido borrado; trabaja con lo que está por venir’ [subrayado de Reati] [...] Además de servir de memoria no oficial de una comunidad al revelarnos los secretos del pasado, la literatura es también su memoria del futuro porque revela lo que está por pasar o podría pasar si nos descuidamos. (Reati: 2005, 176)


La estudiosa belga Annelies Oeyen, en un esclarecedor artículo sobre la novela El aire de Sergio Chejfec (autor y obra también analizados por Reati), define esta mirada más que de antinómica o paródica como verdadera doble vuelta de tuerca posmoderna ante el espejo de la modernidad. Al señalar que en Argentina –y por ende, todo el Cono Sur– los procesos civilizatorios sólo serán cuestionados a partir de la década de los 80, cuando las miradas revolucionarias hayan realizado su mea culpa ante los regímenes totalitarios que desencadenaron. Pues esta idea del progreso como única vía de salvación para el Continente, sólo se va a romper de manera definitiva, con la instalación del capitalismo tardío en todas las esferas del poder, la gobernabilidad y la producción cultural de fines del siglo XX. Así, al respecto, esta autora subraya:


que se trata de una construcción imaginaria, generalizada y fuertemente ideologizada, un imaginario basado en la creencia en el progreso. Sin embargo, como todo imaginario se adapta a su época y sufre avatares, el binomio ‘civilización y barbarie’ pronto se repensó. Durante todo el siglo XX, el mito decimonónico se reformula y fluctúa entre dos opuestos.2 Dos imaginarios antagónicos se manifiestan como un elemento estructural durante toda la historia del país. En unos momentos se valora la presencia de los extranjeros que juegan un papel civilizatorio, y que parecen realizar el ‘sueño europeo’ de un país rico y primermundista en progreso. En otros momentos se inclina más a considerar los extranjeros como el chivo expiatorio, los responsables de los grandes males en la sociedad3. En otras palabras, los argentinos siempre han intentado construir su identidad nacional, oponiéndose al otro, y este ‘otro’ podía variar del gaucho o del indio, al inmigrante, al criollo, a la mujer e incluso al villero. Destacamos una constante resistencia de ‘nosotros’ contra los ‘otros’, y ¿no es esto precisamente el sentido etimológico de la palabra ‘bárbaro’? Cabe añadir que este imaginario sigue nutriendo el inconciente colectivo argentino hasta hoy en día. (Oeyen, 2008)


El centro neurálgico del libro de Reati, así lo creemos, y su mayor aporte se centra en el capítulo 2, denominado: La ciudad futura. Pues allí convergen los hallazgos de los estudios socio-culturales, las derivas arquitectónicas y sus implicancias territoriales, junto a los modelos de anticipación política de gran parte de la teoría posmoderna. Pues, al fundirse los mitos urbanos con el crecimiento desmedido de las ciudades post-industriales, éstas –entiende el autor– sólo pueden ser “conjeturadas” por la literatura de anticipación. Al distinguir varios tipos de urbes (“guettoizada”, internacionalizada, mutante, natural, posapocalíptica y panóptica) que se dan cita, articulando muchas veces un todo cohesionante, señala una muy posible y certera lectura de nuestra contingencia. Al referirse a los espacios ficcionalizados o abiertamente reconocibles de Buenos Aires y otras ciudades argentinas, Reati defiende el valor simbólico de tales novelas estudiadas. A saber: Manual de historia de Marco Denevi (1985), La reina del plata de Abel Posse (1988), Una sombra ya pronto serás de Osvaldo Soriano (1990), Las Repúblicas de Angélica Gorodisher (1991), No somos una banda de Orlando Espósito (1991), El aire de Sergio Chejfec (1992), La ciudad ausente de Ricardo Piglia (1992), Los misterios de Rosario de César Aira (1994), La muerte como efecto secundario de Ana María Shua (1997), El oído absoluto de Marcelo Cohen (1997), Cruz Diablo de Eduardo Blaustein (1997), Planet de Sergio Bizzio (1998) y 2058, en la corte de Eutopía de Pablo Urbanyi (1999).


Otro ejemplo son las ciudades futuras imaginadas por Marcelo Cohen (también en muchas de sus novelas posteriores a la estudiada por Reati), las cuales obedecen a los modelos que este autor considera característicos de la producción anticipatoria a la que consagra su estudio: Postales del porvenir. La ciudad posapocalíptica y la ciudad panóptica aparecerán reiteradamente en su obra, sea como telón de fondo o como protagonistas de los destinos aciagos de sus habitantes. En términos generales, Reati percibe una evolución en la novela argentina a partir del menemismo; luego del auge de la novela histórica durante la dictadura y la primera posdictadura se produciría un desplazamiento cronológico inverso, de lo retrospectivo a lo anticipatorio, que induce a reflexionar críticamente sobre el presente del neoliberalismo. Para ilustrar esta tesis, Reati ha recortado su corpus de novelas entre la enorme producción literaria argentina de las últimas décadas, que actúan como caja de resonancia de los peligros de la globalización, pero a la vez como retablo infernal de nuestras odiosidades de provincia.


Buscando modelos que puedan aclarar esta imagen, consideramos oportuno presentar la tesis innovadora que Michel Maffesoli presenta en The time of the Tribes, The Decline of Individualism in Mass Society (1996). En este libro, el sociólogo francés socava la idea dispersa de la individualización de la sociedad contemporánea, sosteniendo que la reaparición de las tribus –lo que él llama el ‘neotribalismo posmoderno’– es una consecuencia directa del desvanecimiento de los grandes relatos o del fin de las grandes estructuras económicas, políticas e ideológicas. No obstante, el hombre, siempre en necesidad de solidaridad y protección, se une en comunidades con individuos que comparten los mismos ideales y convicciones. Así nacen micro-grupos o tribus, que son complejos orgánicos y afectuosos, y se distinguen de las grandes estructuras político-económicas de la modernidad. Estas nuevas formas de reconocimiento, más específicas y menos universalistas, siempre están presentes en las novelas de anticipación. Y así como Maffesoli otorga un valor muy positivo a la heterogeneidad de la metrópolis contemporánea, dada su complejidad, también la señala como el sitio donde se originan nuevos equilibrios, nuevas culturas, nuevas sociedades, o sea, nuevas sinergias. Que, no olvidemos, en su mayoría fueron atisbadas primero por la Ciencia Ficción.


Finalmente, afirmaremos que este ensayo de Reati es altamente valioso, pues confirma que toda literatura posapocalíptica (anticipatoria o ciencia ficción), expresa un optimismo velado que bajo el pesimismo descrito sostiene la pregunta por la ausencia/presencia de lo humano en nuestro devenir contemporáneo. Y por lo mismo, probablemente escribir novelas fantásticas, hoy por hoy, no es más que eso: imaginar un mundo, perfilarlo, hacer que vuele nuestra imaginación, que el tiempo sea elástico, que los universos paralelos no sólo sean posibles, sino necesarios. Todo esto aparece indicado en el libro de Reati, pues las utopías neoliberales derivaron evidentemente en las actuales distopías latinoamericanas. Y al acompañar a dichos personajes novelescos argentinos a recorrerlas, sufriendo estos vías crucis mecánicos, alienantes, pero profundamente reales, también resuenan al otro lado de la Cordillera, dado que al final de cuentos capitalistas lo único que encontraremos sea la noria vacía de un pueblo olvidado. Probablemente, pensamos junto a Reati, las novelas de anticipación latinoamericanas sólo traten de eso: nada de previsión, nada de anticipación, sólo feroces postales que dan cuenta de las preocupaciones y sinsentidos de una generación de escritores nacida en el siglo pasado. Así, las predicciones no importarán, los aciertos tampoco. Pero sí, sostener la mirada valiente ante el espejo horroroso de estas novelas. Quizás, leer literatura de anticipación sea la única opción válida.


Referencias bibliográficas


Capanna, P. (2005). Ciencia ficción, utopía y mercado. Buenos Aires: Cántaro.

Oeyen, A. (2008). La vuelta del campo bárbaro y la condición de la pampa en la ciudad de Buenos Aires en El aire de Sergiuo Cjejfec. En: Lieux et figures de la barbarie, CECILLE - EA 4074, Université Lille 3, Universiteit Gent, Belgique. En:
http://evenements.univ-lille.3.fr/colloque-barabarie2008

Reati, F. (2006). Postales del porvenir. Buenos Aires: Biblos.














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